50 años del Instituto Superior de Formación Docente y Técnica “Ciudad de Mercedes”

Agradecimiento a Dios: Motivados por los cincuenta años desde la creación del Instituto Superior de Formación Docente y Técnica “Ciudad de Mercedes”, queremos en primer lugar dar gracias a Dios que ha inspirado a los fundadores y ha sostenido hasta hoy la labor educativa.

Evidentemente un instituto no sale de la nada ni tampoco es obra de una sola persona. De manera que quisiera encomendar a la misericordia del Señor a todos aquellos que, en su momento, vieron la necesidad y se pusieron a trabajar de acuerdo a su vocación cristiana, dando vida a esa casa de formación terciaria y ya no están entre nosotros. Quiero mencionar, dada la trascendencia de su figura a nivel de toda la iglesia universal, a quien fuera Cardenal primado de la argentina, Mons. Antonio Quarracino. Sabemos que su impulso y entusiasmo fueron pilares sólidos donde se construyó el Instituto.

La comunidad educativa católica:

Conocemos todos que a la Iglesia le compete el deber y el derecho de educar por la misión que Dios le ha confiado, que es la de ayudar a los hombres para que puedan llegar a la plenitud de la vida cristiana[1]. Esta misión evangelizadora tiene como eje, fundamento y cumbre a Jesucristo. Al respecto nos señala el documento de la V conferencia de los obispos de América latina y del Caribe, conocido como Aparecida que: “la meta que la escuela católica se propone, respecto de los niños y los jóvenes, es la de conducir al encuentro con Jesucristo vivo, Hijo del Padre, hermano y amigo, Maestro y Pastor misericordioso, esperanza, camino, verdad y vida y, así, a la vivencia de la alianza con Dios y con los hombres” (n° 336).

Nuestro modelo trascendente de familia y comunidad es la Santísima Trinidad, Dios uno y trino, comunión de personas distintas en un mismo amor. “Dios es amor” nos dice san Juan[2] y en El nos confiamos y reflejamos para formar la comunidad educativa. Es en esta estructura donde se apoya la labor de educar que también podríamos llamar: formar comunidad.

Aquí intervienen los padres, los directivos, docentes, personal no docente, sacerdotes, alumnos y el mismo obispado a través de sus representantes legales. La buena y creciente relación entre todos los integrantes lograrán la educación integral de la que tanto hablamos y también, por qué no decirlo, tanto nos cuesta.

¿Que nos ayuda? Evidentemente profesar la fe católica ya es fundamento de comunión, también lo será la claridad de finalidades y objetivos que susciten el interés y la adhesión de todos los integrantes de dicha comunidad

El ejemplo coherente con el Evangelio de lo que se enseña y lo que se vive será un testimonio creíble que atraiga a otros a vivir así, como en las primeras comunidades cristianas, según nos narran los Hechos de los Apóstoles.

La idoneidad de las personas ante las funciones que desempeñan, la responsabilidad con que se asuman las tareas, la honestidad en todos los ámbitos y el espíritu de servicio, serán también grandes aportes a la comunión.

Los alumnos, en su participación activa, son los protagonistas, los primeros agentes de la propia educación, especialmente en este nivel terciario.

También la familia, como dije antes, aporta ejerciendo su deber – derecho de educar según la plenitud humana que nos señala Jesús.

Otra dimensión de la educación para la comunión es la apertura, con respeto y dignidad, al dialogo con el resto de la sociedad, aportando lo propio e intercambiando dones para el mutuo enriquecimiento. Un lugar particular y preferencial lo habrán de ocupar los pobres y necesitados, abriéndonos a ellos encontramos al mismo Cristo.

¿Qué dificulta?

La ignorancia de la fe, muchas veces hace que tengamos una imagen equivocada o deformada del Dios amor manifestado y vivido en su iglesia. ¡No nos perdamos la inmensa alegría de conocerlo y la dicha de transmitirlo con nuestra vida a los demás!

Las urgencias y también los apremios económicos suelen jugar una mala pasada en cuanto a la preparación con responsabilidad, a la visión cristiana del mundo, a la atención de los demás.

Los egoísmos personales, presentes siempre en el corazón humano y que solo desaparecen con la fuerza que el Señor mismo nos da, pueden generar divisiones, celos, envidias, difamaciones y calumnias, que acarrearán oscuridad, confusión, desánimo y ruina a las mejores intenciones y proyectos.

La falta de apertura al diálogo sincero, buscando servir a la verdad sin apropiárnosla; la estrechez de horizontes, que nos hacen perder el verdadero rumbo; el desinterés por los otros en pos del éxito personal, son todas acciones negativas que destruyen la comunidad.

Todas estas ataduras solo pueden ser cortadas por la libertad que nos trajo Cristo, nuestra Pascua y nuestra paz definitiva.

Sueño.

Al llegar a esta querida arquidiócesis, hace ya tres años, he conocido de cerca esta obra evangelizadora, que funciona en el antiguo edificio del Seminario Pío XII, ofreciendo un amplio espacio desde el pre – escolar hasta la formación terciaria.

Hace pocos días hemos celebrado también los cincuenta años de la escuela parroquial Padre Ansaldo y, como lo hice ante ellos, permítanme expresarles un sueño, un deseo desde el corazón de pastor que quiere ver las ovejas en un solo rebaño, que busca que seamos uno para el mundo crea (Jn. 17, 21). Prácticamente en simultaneidad con el Instituto del Profesorado fue creada la escuela parroquial. ¿Será posible alguna vez una misma entidad educativa?

Miro cuanto nos une, no solo el edificio, sino la finalidad, miro cuanto bien haría a la evangelización, a la formación integral de la persona, cuanta ayuda podríamos brindar a las familias y a la sociedad si este ambiente educativo a imagen de la comunión con Dios, del cual ya hablamos, abarcase al niño desde el pre- escolar hasta casi su adultez. Una única entidad, un único ideario formativo, un único camino de crecimiento iluminado por la misma fe.

Soñemos juntos y seamos dóciles a la acción del Espíritu Santo. Que la Virgen Santísima, Nuestra Señora de las Mercedes, nos cobije y nos una, ayudándonos siempre a vivir en el discipulado misionero de su Hijo Jesús.

 

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