El recuerdo de la Casa de la Juventud se hizo presente a 49 años de su creación

En la tarde del miércoles, muchos de los “jóvenes” mercedinos que vivieron y compartieron la Casa de la Juventud de la ciudad hace casi cincuenta años, estuvieron presentes en la cuadra donde supo funcionar entre el 19-09-1968 y el 24-03-1976. Ahí, en la calle 14, entre 29 y 31, en la vieja casona del obispado que tenía su entrada principal por la Avenida 29. Ahí, se descubrió la baldosa que recuerda e inmortaliza los años en donde jóvenes católicos se reunían para predicar los principios humanísticos y en la necesidad de que la iglesia hiciera una profunda opción por los pobres, alejada de las estructuras de poder, posicionamiento que llevó a que muchos de esos jóvenes fuesen encarcelados o tuviesen exilios forzosos durante la dictadura militar.

Promediando la tarde del miércoles, Oscar “Vasco” Apesteguía, junto al Sacerdote fundador de la Casa de la Juventud Juan Ángel Dieuzeide Oliveira, dieron inicio a un acto en donde los recuerdos fluyeron entre los presentes de mayor edad y la escucha atenta entre los menores de cincuenta años. El “Vasco”, uno de esos ex jóvenes integrantes de la Casa de la Juventud, agradeció al Arzobispado por el acompañamiento y a todos presentes en el acto.

“Hoy estamos cumpliendo 49 años desde la creación de la Casa de la Juventud. Gracias al Padre Juan, nuestro asesor espiritual. Un grupo de jóvenes, que acá estamos, iniciamos en ese momento, un camino que nos mejoró como personas, como ciudadanos. Aportamos a la sociedad de ese momento todo lo que nosotros podíamos dar. La Casa de la Juventud nació en el año ’69 siguiendo la línea de la Iglesia Latinoamericana a través del Concilio Vaticano II y de los Documentos de San Miguel de la Argentina”, contó el Vasco.

“Desde el inicio nos planteamos querer cambiar la sociedad. Hacerla mejor, más justa, más humana, inclusive más cristiana”, resaltó Apesteguía minutos previos al descubrimiento de la placa baldosa que recuerda la casa y edificación, hoy devenida en un edificio de departamentos que cubre un cuarto de manzana, y cuyo ingreso es la entrada de las cocheras.

“No queremos que se pierda en la memoria lo que significó para la ciudad y para cada uno de nosotros la Casa de la Juventud. Como bien reza la frase que está en la baldosa ‘sirvió como ejemplo de liberación’, no solamente personal, sino como comunidad”, agregó.

Al lado suyo, el sacerdote Juan Ángel Dieuzeide Oliveira López Mendoza, hoy radicado en Bariloche que presentó los saludos del Obispo Miguel Hesayne, “símbolo de los derechos humanos que tiene 96 años y sigue pensando en el futuro y en los jóvenes”. Luego, el Padre Juan leyó algunos fragmentos del libro escrito por él que recuerda aquellos años. En su texto, habló de Ana Caracoche – que mandó saludos desde Brasil – recordó a Martín Caracoche, hermano de Ana, que por aquellos años era un joven odontólogo y que más tarde tuvo que mudarse al sur también, a Horacio Moavro, abogado laboralista, y Mario, un concejal del Partido Revolucionario Cristiano.

El Padre Juan recordó los años en que funcionó la Casa de la Juventud

Luego contó cómo fueron los orígenes de la Casa de la Juventud, un tiempo antes de la creación formal, cuando unos jóvenes colombianos le transmitieron una metodología de pastoril juvenil “que implicaba toda la vida del joven, no solo la parte religiosa, sino también su trabajo, estudio, tiempo libre, su compromiso social y su compromiso político”.

Evocó los hechos históricos en Francia y en América Latina durante el año ’68 y cuando se enteró que en vez de coordinador aparecía como asesor. “Al principio no me gustó, pero después decía yo sólo soy el asesor”, dijo entre risas el sacerdote. “Para mí fue una gran vivencia, de crecimiento junto con los jóvenes. Nunca traté ser un adolescente, pero fui creciendo junto a ellos. En el compromiso, en nuestra amistad. La casa que estuvo algún día acá, era un lugar de encuentro y de amistad. Primero hubo una masculina y otra femenina. Con el correr el tiempo, hicimos una sola”, contó.

“Fuimos creciendo en la diversidad. No todos pensábamos lo mismo, claro que nos influíamos unos a otros. El Obispo Luis Tomé nos prestó la casa para que nosotros nos reunamos a rezar, a cantar, a bailar, a tocar la guitarra, a tomar mate. Nosotros no nos dábamos cuenta lo comprometido que estábamos, ni donde nos metía el espíritu del señor, el nuestro propio y la fidelidad a Jesucristo. Lo más importante fue nuestra conexión con los barrios y la identificación con ellos”, destacó el Padre Juan, aunque no le gusta que le digan Padre.

Para cerrar el acto y antes de reunirse en el salón de la UEB Mercedes para compartir unos mates y más charlas, cantaron “Jóvenes de América Latina”, una canción en la que expresaban “lo que vivíamos y sentíamos por entonces”.

Fotografías: Sebastián Ambrosio

Cientos de anécdotas y recuerdos fueron surgiendo en el encuentro de esos jóvenes que compartían la Casa de la Juventud.

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