A Patricio Defelippe, In memoriam: Seres del Arco Iris

Por Oscar Dinova* – Sabían ahora que hay una cosa que se desea siempre y se obtiene solo a veces: la ternura humana. A.Camus (La Peste)

En estos días de niebla inusitada, cuando la lejanía es lo común y los afectos están desamparados, su partida nos alcanzó como un quebranto excesivo, un dolor en demasía, una carga insoportable. En la distancia forzada las pantallas buscaron alguna explicación que aportara sosiego, pero sólo hallaron tristeza y silencio.

Tuve que remontar varios años, cuando el Pato empezara a asombrarnos con su lucha incansable por llegar hasta Colombia para traer a su lazarilla canela. Poco a poco miles de manos empezaron a juntar infinidad de tapitas que le darían la chance de concretar un sueño. Esos pequeños capuchones de plástico pasaron de ser una molestia a convertirse en un boleto de avión, dejaron de ser anónimos a tener identidad. Amigos, familiares, vecinos, clubes, juntaban por doquier esos pequeños objetos que, así de pronto, tenían un sentido, nos entrelazaban en un proyecto común, convertían en solidaridad ese nimio gesto anodino.

Fue el primero de los legados del Pato, hubo muchos más. Concretada ya su anhelada gesta, poco a poco en el deambular callejero, con su fiel compañera, los mercedinos vimos el espejo opuesto de nuestros individualismos, pudimos valorar una lucha mansa pero constante, aprendimos a ser más tolerantes, a entender más de las necesidades de los demás y a sopesar el valor que tienen los pequeños aportes cuando estos llegan de muchas manos solidarias.

El Pato nos abrió los ojos en muchos sentidos, mostró en los hechos que un perro puede declarar a la amistad entre especies como el bien más preciado, que la verdadera discapacidad es la del egoísmo, conquistó espacios que podrán disfrutar otros y nos alertó sobre la peor de nuestras miserias; la indiferencia.

Pero además, es imposible no recordarlo sonriendo. No ejercitando la ternura. Sus caminatas eran maratónicas porque todos nos deteníamos a charlar con él y acariciar a esa bondad lanuda. Nos retaba sí; “está trabajando”, pero era imposible sustraerse al encanto de su contacto. Poco a poco se convirtió en un hijo de la ciudad, él era un poco de todos nosotros.

Estudió, trabajó, se esforzó, fue buen amigo, adoraba su familia y se prodigaba por los vecinos. Recuerdo como si fuera hoy el día que lo invité a casa, pues mi madre quería conocerlo. Fue una fiesta, un obsequio, un regalo que sólo personas de luz pueden darnos.

Esta cruel pandemia no nos deja despedirnos como él se merece, brindarle un tributo, abrazar a los suyos. Estamos huérfanos en todos los sentidos posibles. Navegamos en medio de una gran tempestad, con las costas lejos y frágiles en la escasa dimensión de nuestra condición humana. Queda aferrarnos a lo mejor que hayamos conocido. A seres de luz que nos guíen y conforten. Llegarán otros días, veremos clarear el cielo y asomarán colores en el horizonte.

Ahí estarán los seres del arco iris alumbrando los días. Como el Pato, que estará esperando su Luna. Te estamos en deuda. Gracias por haberte conocido,

A Patricio Defelippe, In memoriam

*Oscar Dinova, escritor

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