María Elena Bojorge, un espejo del alma

Por Oscar Dinova* – “Amo a las personas cuya alma es profunda, aún en las heridas” (Friederich Nietzche).

Cuando el devenir del tiempo nos lleve a una vida de pequeños lugares, donde el cuerpo empiece a disociarse del espíritu, intentaremos buscar en nuestro arcón de bellas personas conocidas y valiosos momentos vividos, las energías para poder seguir sin desfallecer.
Pienso que entre esas personas tendrá un lugar irremplazable nuestra conciudadana María Elena Bojorge, “Coca”. La historia de su vida se entrelaza con la de nuestro país, en todos los planos que podamos imaginar y concebir y también con la mía propia; nuestra adolescencia tenía en su casa de numerosos hijos un hogar de puertas abiertas, donde esos fervorosos jóvenes de la década del ´70 que éramos, teníamos un lugar para el mate amigo, charlas acaloradas, muchas alegrías y proyectos por venir.
Pero muy pronto, la tragedia de la dictadura se abatió sobre el país y el hogar de Arturo y Coca fue uno de los lugares donde el zarpazo brutal de la represión pegó uno de sus golpes más arteros. Su amada hija Estela fue arrancada de los brazos de sus padres, en el seno mismo del hogar donde ella se refugiaba. Empezó entonces una época triste, agobiante, de búsqueda interminable, mientras protegían a sus demás hijos de aquella persecución despiadada.

La familia Bojorge conoció vejámenes, amenazas y persecuciones que jamás nadie piensa en padecer. En la más profunda de las soledades, recogiendo migajas de solidaridad y aceptando miradas huidizas o frases hirientes resistieron y atravesaron como mejor pudieron años de desolación en un tiempo de plomo. Luego de una lucha inclaudicable, Coca pudo llevar a su hija a reposar de su martirio.
Pasaron los años, los hice como docente, como ella lo fue en su querida escuela Normal. Una tarde de Marzo de 2008, la visité y al abrigo siempre afectuoso de un mate hogareño le pedí que me acompañara a la escuela de alternancia donde yo trabajaba para celebrar juntos ese 24 de Marzo. Aceptó con agrado y unos días después partimos hacia Baradero.
Fue una jornada inolvidable, la esperaban jóvenes alumnos y padres de la comunidad rural. Luego del acto formal, Coca nos dio una charla, explayó sus recuerdos en carne viva a los presentes, les explicó con paciencia lo que un país puede producir cuando es ganado por una locura despiadada que no tiene contenciones institucionales. El sufrimiento inenarrable a que eso nos lleva.

Les pidió a todos que no odien, que amen, que vivan una vida plena y provechosa, buscando que todos los ciudadanos se realicen en fraternidad. Que estudiaran y se esforzaran y que fueran buenas personas. El cierre de la charla fue un inmenso abrazo, espontáneo, un nudo de afecto que nadie quería desatar. No podíamos distinguir entre la alegría y el llanto. Eran indisolubles.
María Elena Bojorge ha sido y es un ejemplo. De gran mujer, de ciudadana mercedina, enaltece la condición humana y nos muestra que formas pueden alcanzar la valentía y el coraje cuando están alimentados por el amor.
Es, no lo dudo, un espejo del alma donde debiéramos mirar para reencontrarnos cuando hayamos perdido el camino o nos sintamos decaer.
Fue alguien que conservó el alma buena y profunda, aun recibiendo la más increíble de las heridas.
Descansa en paz, querida amiga, lo harás junto a tu esposo y tus amadas hijas, Stella Maris y Silvana.
Tu luz seguirá encendida para nosotros.

*Oscar Dinova, escritor

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