Recordando el éxodo jujeño

Por el Instituto Belgraniano – El pasado martes 23 de agosto se cumplió un aniversario más, este año el número 204, del Éxodo Jujeño, uno de los hechos más trascendentes, más patrióticos y de mayor coraje popular en toda la larga guerra contra España, de importancia no solo para nuestro país sino también para la libertad latinoamericana, y que preparó las decisivas victorias de Manuel Belgrano en las batallas de Tucumán y Salta.

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Como el Éxodo tuvo lugar en el norte de nuestro país allá por 1812, pasa mayormente desapercibido y hasta ha sido minimizado por algunos sectores para quienes la historia argentina se escribió sólo en la provincia de Buenos Aires y no en todo el territorio nacional. Parecería obsoleto decir esto en el siglo XXI, sin embargo, posee total vigencia. Es ignorado en las efemérides y calendario escolar. Ni siquiera fue debidamente recordado por los medios masivos de todo el país cuando fue su Bicentenario en 2012.

“Tenemos que seguir machacando para demostrar que la historia argentina también tuvo su página gloriosa acá en Jujuy, acá en el norte, y que una de las regiones que mayor importancia tuvo en esta gesta fue el norte argentino y el sur de Bolivia” afirmaba el Secretario de Turismo y Cultura de Jujuy hace cuatros años cuando allí sí se festejó, por supuesto, con todo el esplendor que el hito histórico merece.

Este año, Alejandro Molle, secretario del Instituto Belgraniano mercedino fue invitado a decir las palabras alusivas en el acto que cada 23 de agosto realiza el Instituto Nacional Belgraniano, del cual es miembro de número. Molle comenzó recordando la importancia que tuvo para los milicianos y el pueblo jujeño jurar la recién creada Bandera celeste y blanca -tres meses antes en Rosario- en la ceremonia que Belgrano realiza el 25 de mayo para revalorizar el significado de la Revolución en su segundo aniversario.

Les dijo: “el 25 de mayo será para siempre memorable en los anales de nuestra historia y vosotros tendréis un motivo más de recordarlo, cuando veis en él por primera vez la bandera nacional en mis manos, que ya os distingue de las demás naciones del globo, a pesar de los esfuerzos que han hecho los enemigos de la sagrada causa que defendemos para echarnos cadenas y hacerlas más pesadas que las que cargábamos”.

De manera tal que, cuando el 29 de julio pide al pueblo jujeño abandonar la ciudad ante el avance del ejército español, el pueblo lo hace sin dudar y lo sigue hasta Tucumán. “Llegó, pues, la época en que manifestéis vuestro heroísmo y de que vengáis a reuniros al Ejército de mi mando, si como aseguráis queréis ser libres…» expresó en la proclama.

La orden de Belgrano fue terminante y precisa: dejar “tierra arrasada”. No debería quedar nada que fuese de provecho para el adversario: ni casa ni alimentos ni un solo objeto de utilidad. Todo fue quemado o transportado a lomo de mula, de caballo, de burro. El éxodo comenzó los primeros días de agosto con el transporte de los elementos más pesados. A pesar de tener noticias del rápido avance español, fue una evacuación lenta ya que se transportaron hasta los archivos y documentos.

Recién el día 23 de agosto inició la marcha el propio Belgrano con ejército y población. En cinco días, militares y civiles recorrieron 250 km. El 29 de agosto ya han cruzado el río Pasaje. El 3 de septiembre la retaguardia patriota se enfrenta con la vanguardia realista en el río Las Piedras y lo vence. El 13 Belgrano llega a Tucumán, y el 24 ocurrirá la gran victoria. Todo en el lapso de un mes.

“Inimaginable habrá sido-afirmó Molle el martes, en el Regimiento de Patricios, sede del Instituto Nacional- el singular desplazamiento del que fueron partícipes de niños a ancianos, de pobres a ricos, de clérigos a religiosos o religiosas, toda una sociedad sin distingos, un enjambre humano, marchando a pie, a caballo, mulo o burro, en carretas o carretelas, sujetos a la inclemencia del tiempo, escaso racionamiento, la inseguridad de dónde terminarían asentados y variado tipo de padecimientos naturales y propios de toda caravana abandonante de su suelo, quienes terminaron constituyéndose en patriotas ignotos de la argentinidad”.

Quedando claro el patriotismo de aquellos pobladores de 1812, Molle se pregunta entonces, qué significa ser patriota hoy día. Y se responde: “ser Patriota no es lucir una escarapela o una camiseta con los colores patrios cuando la selección de futbol juega en un mundial, sino que es Patriota el ciudadano que no vive de la ventaja, no elude impuestos y tampoco las cargas sociales de sus obreros o empleados, o el que no es pagador de salarios indignos, o el que no enchastra frentes domiciliarios o públicos, o aquellos que en la administración estatal no son coimeros o corruptos. Ser Patriota son aquellos que se contraen en sus estudios, en las tareas fabriles, administrativas, científicas, profesionales de cualquier índole, o las religiosas, los que no contaminan el medio ambiente y rinden culto a Dios en agradecimiento a un bien tan preciado como la vida. Ser patriota es, también, ser respetuoso de los mayores, de los desprotegidos, de los sin trabajo, de los disminuidos”.

Como Instituto consideramos, entonces, que el patriotismo no está fuera de época. No ha caducado. Muy por el contrario, tiene plena actualidad, plena vigencia. Los hombres y mujeres patriotas del pasado –especialmente los jujeños del éxodo- son el mejor ejemplo a seguir en este sentido. Nuestro siglo XXI nos obliga a repensar muchísimo el pasado y el presente  a fin de alcanzar un futuro de libertad como el soñado por Manuel Belgrano hace doscientos años.

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