Homilía del TeDeum por el 25 de Mayo

Jesús los llamó y les dijo: «Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud». (Mc. 10,42-45) 

Queridas hermanas, queridos hermanos! 

Cuando nos encontramos para rezar por la Patria en un día como el de hoy, es bueno que recordemos los hechos que están en los cimientos de nuestra historia, que sin duda, siempre son inspiradores de nuestro ser y hacer como Nación. Que este recuerdo nos lleve a un emotivo agradecimiento a Dios y a tantas hermanas y hermanos que jugaron sus vidas por la Argentina. 

Para poder “recordar” bien, hace falta una actitud de “nobleza”, porque se trata de un ejercicio que involucra al corazón, que va haciendo una memoria afectiva y cariñosa, tanto de las personas, como de los hechos históricos. La nobleza es sinónimo de rectitud, de honradez, de devoción, en fin, de amor. Por eso, se dice que una persona noble es de buena madera, buena esencia, buen corazón, es una buena persona. Recordar con nobleza nos permite salir por un momento de los debates sesudos, para adentrarnos en la “magnanimidad”, que es otra virtud fundamental para recordar y celebrar en verdad, la vida de la Patria. Gracias a la magnanimidad elevamos nuestro espíritu de tal manera que podemos descubrir la grandeza y dignidad de los otros y reconocerlos compatriotas en los sueños, en los anhelos y en las luchas que están más allá de los posicionamientos ideológicos. Si nuestra alma se vuelve grande, podemos reconocer todo lo que muchas personas hicieron y hacen por la Patria. La Patria necesita de personas nobles y magnánimas. 

De esto nos habla Jesús en su Evangelio. Nos dice que las personas que desean ser grandes, deben ser servidoras de todos. Muy especialmente así deben ser y vivir los jefes, los gobernantes, los que tienen responsabilidades sobre otros. Lo que hace grande a un ser humano, no es su título, sino un corazón que mira al otro como hermano y busca su dignidad. 

Estamos aquí entonces para a poner una vez más a la Patria, en nuestros corazones y agradecerle al Bueno de Dios Padre, por el don de esta esplendorosa tierra, de su rica historia y de su hermosa gente. 

En aquel mayo se fue gestando un sueño incipiente pero poderoso, un proyecto colectivo que marcaría el futuro hasta nuestros días y más allá. Allí comenzará un camino con un rumbo preciso, con un horizonte esperanzador, capaz de convocar y movilizar a todo un pueblo.  

Pienso, que el que encuentra ese rumbo, o mejor dicho, el que se deja encontrar por él, no puede desistir a comprometer verdaderamente toda su vida, su cuerpo y su alma, su mente y su corazón, para transitar con otros ese camino y en esa dirección. Porque ese rumbo tiene como destino la Independencia, la Libertad, la Igualdad, la Nación, la Patria.  

El camino y el rumbo trazado por nuestros compatriotas de mayo es cosa seria y no podemos darnos el lujo de deshonrarlo y arruinarlo con propuestas que dilapiden nuestra identidad, nuestra historia, nuestro futuro.  

Este camino y este rumbo que todas y todos estamos invitados a transitar, nos encuentra hoy, en una etapa difícil, fundamentalmente por nosotros mismos, que en una especie de auto-boicot colectivo, andamos desencontrados, desmembrados, quebrados, con divisiones profundas y violentas, especialmente en las dirigencias, que están arriesgando todo y poniendo en peligro el presente y el futuro. 

Es muy cierto que necesitamos tener en cuenta el contexto del mundo, porque la pandemia y la guerra son dos realidades aterradoras, que sumadas a los problemas que ya venimos arrastrando desde mucho tiempo atrás, van dejando entre nosotros un tendal de situaciones complejas y graves: pobreza estructural y endémica, familias quebradas, niñas, niños y ancianos vulnerados, personas sin trabajo o con trabajo pero con sueldos de hambre, los que perdieron o abandonaron la escuela, los que no tienen techo y deambulan por nuestras calles, narcotráfico, adicciones, suicidios, y una corrupción en los espacios de poder, que pareciese imparable.  

Algunos dicen que el desafío es tener una buena “política económica”, otros hablan de “economía política”, pero está también “la cuestión social” y en lo profundo e interior de la política y de la economía, está “la cuestión humana”. Allí están las personas concretas, cuyos rostros nos interpelan, porque dejan de ser un número frío y estadístico, para ser una vida humana concreta, con una biografía, con dolores y esperanzas, con luchas, anhelos y frustraciones.  

“Nunca más”, “Ni una menos”, “Vale toda vida” y “Salvemos las dos vidas”, son expresiones contundentes que están en el camino y el rumbo trazado por nuestros compatriotas de mayo. Nadie puede perderse, “estamos todos en la misma barca”. 

Es extraordinario ver cómo en todas las situaciones dolorosas que estamos atravesando, el pueblo va encontrando formas de verdadera vida y esto mismo, no deja de producirnos un sentimiento de asombro y de pequeñez, porque descubrimos una vez más, la enorme generosidad que tiene el pueblo para seguir apostando por poner el hombro todos los días y por obrar con una solidaridad que, sin duda, es el antídoto a todo tipo de impaciencia y violencia.  

¡Debemos agradecer el enorme esfuerzo que está haciendo todo nuestro pueblo! 

El Papa Francisco nos invita permanentemente a ser artesanos de la paz, protagonistas de esperanza y no espectadores y a buscar juntos formas de caridad social que puedan sanar las heridas que las circunstancias y nosotros mismos nos estamos provocando. 

Estamos en la semana de la Laudato Sí, esa luminosa encíclica del Santo Padre, en la que nos apremia a no desoír el grito de la tierra y el grito de los pobres para poder salvar urgentemente nuestra “Casa Común”. 

Queridas hermanas, queridos hermanos, pareciese que si no abrimos el corazón y el entendimiento al otro diferente, no se podrá construir la Nación soñada y esperada. Porque la historia nos enseña que las peores experiencias de la humanidad han surgido cuando una sola persona o un grupo de iluminados, creyéndose mesías, han tenido la pretensión de imponer un aparente orden que en breve tiempo termina eliminando o descartando a los otros.  

El desafío es la fraternidad humana, la amistad social, el caminar juntos, tratando de entendernos y acordar, a pesar de las múltiples diferencias. 

Por otra parte, mucho escuchamos hablar en estos tiempos de la libertad, que ciertamente es uno de los principales valores de todos los fundadores de la Patria. Pero debemos asumir con tristeza, que seguimos siendo esclavos. Nos esclavizan por un lado los sistemas neoliberales, cargados de una visión individualista y economicista de la vida, que tanto atraen a no pocos jóvenes y que atentan claramente contra el Bien Común, y por otro lado, -y esto genera mucha desazón- nos volvemos esclavos del odio que enferma gravemente a toda nuestra sociedad. Estoy convencido que jamás alcanzará su propia libertad o liberará a otros, aquel que tenga un corazón cargado de odio. Permanecerá esclavo y esclavizará a muchos. ¿Para qué sirve la libertad si no es para vivir en un mayor amor hacia los otros? ¿Hay libertad sin Bien Común? ¿Es posible salvarse solo? 

El Negro Manuel que estuvo con María de Luján desde el principio, un negro africano y esclavo de aquellos tiempos, supo encontrar aquí en nuestra tierra bendita y a los pies de su Madre Inmaculada, la verdadera libertad de los hijos de Dios que viene con la fraternidad, la solidaridad y la entrega generosa de la propia vida.  

La Madre de Dios y nuestra Madre, bajo sus nombres de Mercedes y Luján, mucho puede ayudarnos a transitar estos tiempos tan difíciles del mundo y de nuestra Patria. 

Permítanme que como creyente en el Señor Jesús y en su Evangelio pueda decirles: liberémonos de todas las ataduras que nos esclavizan, pero no nos liberemos del Dios de la Vida y del Amor, que lejos de hacernos mal, está de nuestra parte.  

Necesitamos con urgencia volver a Dios. Dios es fuente de verdadera libertad, de justicia, de paz, de dignidad. Pidamos con perseverancia su ayuda.  

Los invito a rezar la oración por la Patria. 

Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos. 
Nos sentimos heridos y agobiados. 
Precisamos tu alivio y fortaleza. 
Queremos ser Nación, 
una Nación cuya identidad 
sea la pasión por la verdad 
y el compromiso por el bien común. 
Danos la valentía de la libertad 
de los hijos de Dios 
para amar a todos sin excluir a nadie, 
privilegiando a los pobres 
y perdonando a los que nos ofenden, 
aborreciendo el odio y construyendo la paz. 
Concédenos la sabiduría del diálogo 
y la alegría de la esperanza que no defrauda. 
Tú nos convocas. Aquí estamos, Señor, 
cercanos a María, que desde Luján nos dice: 
¡Argentina! ¡Canta y camina! 
Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos. 
Amén. 

+ Jorge Eduardo Scheinig 
Arzobispo Metropolitano Mercedes-Luján 

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