El Arzobispo presidió la Vigilia Pascual en la Basílica de Luján

El Arzobispo Metropolitano de Mercedes – Luján, +Jorge Eduardo Scheinig presidió la Solemne Vigilia Pascual en la Basílica Santuario de Nuestra Señora de Luján, este Sábado Santo 03 de abril, acompañado por el Vicario General Pbro. Daniel Guerra, el Rector del Santuario Pbro. Lucas García y el Equipo Sacerdotal de la Basílica.

l texto que compartimos es una transcripción textual de la homilía.

«Comenzamos con un signo, el Templo a oscuras. Un signo que quiso poner de manifiesto la oscuridad del mundo, el mundo que se oscurece por el mal. Y a lo largo de la Cuaresma hemos meditado mucho las oscuridades del mundo.

Encendimos una lucecita, el fuego que bendijimos, una lucecita pequeña pero que al entrar al Templo, iluminó lo que iba tocando, nuestras velas. Ya la oscuridad no era tal.

Luego apagamos las velas para que se pusiera de manifiesto otra luz, la luz de la Palabra, Palabra antigua y nueva, que también es luz para iluminar la vida, el mundo.

Ahora vamos a realizar otro signo que es bendecir el agua con la que seremos rociados, que nos recuerda el primer signo de vida que hemos tenido, nuestro bautismo.

Finalmente compartiremos el pan consagrado, signo de un Dios que quiere que su pueblo tenga vida.

Un mundo en oscuridad corre el riesgo de ir haciendo un trabajo lento pero eficaz, que es oscurecer la vida de cada uno de nosotros. La oscuridad del mundo va oscureciendo el corazón, lo va enfriando.  Y sin darnos cuenta, corremos el riesgo de hacer que nuestros deseos de vida se vayan secando, que perdamos nuestros sueños y nos acostumbremos a un mundo oscuro. La oscuridad del mundo tiene un impacto en cada uno de nosotros que no es menor.

Y personas con un corazón sin sueños, sin deseos, enfriado, corremos el riesgo que sea un mundo con poco futuro. Si dejamos que la oscuridad tome nuestros corazones, el riesgo es que el mundo  no tenga mucho camino para delante o quede en manos de gente poderosa e inescrupulosa, que se aprovecha de los pueblos que pierden los sueños.

Lo que estamos celebrando hoy acá no es un mero rito. Estamos celebrando que hay Alguien que quiere encender la vida de cada uno de nosotros, que quiere romper toda posible oscuridad, para que volvamos a desear otra cosa para la vida, otro mundo, para que volvamos a soñar.

El Evangelio que recién acabamos de proclamar nos cuenta cómo las mujeres fueron al sepulcro. Amigas de Jesús que van al sepulcro, como  cuando nosotros vamos al cementerio a visitar a nuestros difuntos.  No iban a encontrarse con un vivo, iban a encontrarse con un muerto, porque iban con aceites para ungir el cuerpo de Jesús. E iban preocupadas porque ese sepulcro tenía una piedra grande que no iban a poder mover.

No van con fe al encuentro con Jesús. Van como vamos nosotros a encontrarnos con la muerte. Pero cuando llegan a la tumba encuentran que la piedra está movida, y al entrar no hay un cuerpo muerto, sino hay un joven, un mensajero de Dios, un ángel, que les dice: “Ustedes buscan a Jesús el Nazareno, el crucificado”. “Sí, buscamos a Él”, le dicen ellas. El mensajero les responde: “No está aquí. Ha resucitado. Está vivo y está yendo a Galilea para encontrarse con los discípulos. Vayan a decirle a los discípulos que allí lo verán”.

Las mujeres se encuentran, no con la muerte, sino con la tumba vacía. Les pido que se pongan en el lugar de ellas. Produce miedo entrar a una tumba.

El mensajero les dice “No tengan miedo. Está Vivo”. Y estas mujeres se van de la tumba, asustadas, corriendo y no van a decirle a los discípulos que vayan a Galilea.

Hermanas, Hermanos

¡Qué difícil se puede hacer encender los corazones! ¡Qué difícil es dar motivos de esperanza! Cuando nosotros nos acostumbramos a vivir con la muerte o con los símbolos de la muerte, cuando dejamos que el corazón se apague, se enfríe, pierda los sueños. ¡Qué difícil es decirle a alguien ¡Está vivo!, aún viendo signos como la tumba vacía.

Pero Jesús no baja los brazos. No los bajó con sus discípulos, no los baja con nosotros. Sale al encuentro de sus discípulos, de los creyentes. Sale a nuestro encuentro, ¿en dónde? En Galilea. ¿Saben lo que es la Galilea?

La Galilea era un municipio, no era el centro religioso, era un lugar periférico. En Galilea no estaba el templo, pero lo que estaba era la vida de los discípulos.

Jesús comenzó su predicación en Galilea y se fue encontrando con las personas en sus trabajos. Jesús salió al encuentro de las personas en sus vidas cotidianas y ahora como Resucitado quiere encontrarse con nosotros en nuestra vida cotidiana.

Nosotros venimos hoy el templo y celebramos la Pascua, y encendemos el Cirio, nos dejamos rociar por el agua bendita y compartimos el cuerpo y la Sangre, y le rezamos a la Madre, estamos llenos de la vida de Dios.

¿Dónde quiere encontrarse Dios con nosotros para encender nuestros corazones? En nuestra Galilea, en nuestras vidas cotidianas, en nuestras casas, en nuestros trabajos, en el colectivo cuando vamos al trabajo, en nuestros talleres, en las oficinas, en nuestros barrios.

Porque acá el corazón se puede encender un poquito, pero para cambiar el mundo, para cambiar la vida, hacen falta corazones encendidos en la vida cotidiana.

En esta noche, estamos invitados a hacer un acto de confianza de que Dios está vivo, cercano a nuestra vida.

Ustedes me pueden decir y con razón: Hay un 42% de pobreza en Argentina, 6 de cada 10 chicos vive en estado de pobreza, el virus nos está poniendo en jaque, falta trabajo, ¿Dios está? ¿Dios está resucitado?

El desafío es que no nos pase lo que les pasó a aquellas mujeres que no lo vieron. El desafío es descubrir que nuestro Dios quiere poner en nuestro corazón la semilla de la Resurrección, para que nosotros tengamos vida y seamos capaces de cambiar las cosas.

Las vamos a cambiar si tenemos un corazón lleno de Él. Si confiamos, si creemos que Él está.

Su presencia no hace que cambie nuestra salud, su presencia no hace que aparezca el trabajo, su presencia no hace que mi familia se arregle, o haya más unidad.

Su presencia hace que mi corazón no se enfríe, que yo sea capaz de poner el hombro a la vida, en casa y en donde estoy.

Hay que hacer como en los comienzos. El pueblo de aquel tiempo, como tal vez nosotros hoy, cargaba con muchas desilusiones y en los comienzos, Jesucristo vivo, le dio fuerza a un grupo pequeño.

En los orígenes de todo eran pocos, pero se encendieron y ahí comenzó un movimiento que llegó hasta nuestros días y hace que nosotros estemos acá.

Hoy Francisco, nuestro Papa invitaba a volver a recomenzar en Galilea. Todos podemos volver a recomenzar en nuestras casas, en nuestros barrios, en nuestros trabajos. Pero no solos, sino Con Jesucristo vivo a nuestro lado, en nuestro corazón. Hay que volver a recomenzar. Hay que volver a hacer el movimiento de Jesús. Deberíamos recomenzar haciendo un gran movimiento de Jesús vivo, no muerto. Vivo donde estamos viviendo.

Los invito en esta noche santa a hacer este acto de confianza en Jesucristo. La tumba está vacía. El Señor Resucitó. Hay uno que superó la muerte, para Él y para nosotros.

Nosotros creemos que la Vida es más que la muerte. Esa es nuestra esperanza y a eso apostamos.

Pidámosle al Señor que nos llene de su vida y su esperanza»

Fuente: Arquidióscesis Mercedes – Luján.

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